miércoles, 14 de enero de 2009

En busca de la paz

Durante todos los años antes de acercarme a la Iglesia, traté de muchas maneras salir de esa sensación de estar atrapado en una trampa sin salida de la que hablaba en mi artículo anterior. Pensaba en hacerme rico y famoso, en explotar todos mis talentos y en vivir una vida llena de diversiones para mi solo. A menudo pensaba cosas como que cuando me hiciera rico ya tendría tiempo de ocuparme de los demás, que lo que importaba era encontrar mi propio sitio en este mundo. Pero claro, en ese sitio en realidad no cabía nadie más, y claro tampoco le pedía nunca ayuda a Dios para nada, y así me iba.
Sin embargo sentía un desasosiego que no me abandonaba por mucho que me concentrase en mis "proyectos", así que desde mi adolescencia y cada vez más entre los veinte y los veintitantos años me fui interesando durante distintos periodos en cosas que pudieran dar un sentido sobrenatural a mi vida. Nunca me planteé en ese momento acercarme a la Iglesia Católica. Nunca sentí una gran aversión hacia ella, simplemente como me había educado en un ambiente de gente no creyente, no me planteaba que me pudiera aportar nada (como Dios es grande, a su debido tiempo me dirigió hacia su Iglesia y me llevó a comprobar hasta que punto eran ridículos e inútiles tantos y tantos de mis planteamientos anteriores). En aquellos años practiqué el yoga, la meditación (de varios tipos), leí sobre filosofías y religiones orientales, y todo tipo de libros de autoayuda asociados con lo que se suele llamar Nueva Era. Pero en realidad ninguna de esas cosas me hacía sentir lleno. Cada vez que experimentaba con, por ejemplo, el yoga, acababa llegando a un punto en el que me daba cuenta de que no era una roca sólida sobre la que construir mi vida. Cuando las cosas no me iban bien, cuando había problemas (y eso siempre pasaba, tarde o temprano), todas esas técnicas de psicología o de gimnasia física o mental me servían de muy poco, y me quedaba tan perdido como antes. Y con la misma sensación de que tenía que haber algo más.
Y luego conocí a Jesucristo en su Iglesia Católica, y Dios me concedió la gracia de reconocerlo como la roca sobre la que debo construir mi vida. Y eso es lo que quiero hacer de aquí en adelante, si Dios me lo permite, hasta el día en que me muera. En el próximo artículo te contaré cómo Dios me guió hasta su santa Iglesia. Muchas gracias por leer. Que Dios te bendiga.

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